viernes, 10 de septiembre de 2010


En este día, nuestro día

Pongo estos seis versos en mi botella al mar/ con el secreto designio de que algún día/ llegue a una playa casi desierta/ y un niño la encuentre y la destape/ y en lugar de versos extraiga piedritas/ y socorros y alertas y caracoles.

Mario Benedetti en “Botella al mar”

En este puñado de almas ? TODO MI CORAZON.........ORGULLOSA DE SER...MAESTRA!!!!!!!!

Todos los días no son iguales. Los hay de lluvias y lloviznitas, de soles radiantes, de nubes algunas veces alborotadas y otras veces serenas.

A veces los días nos invitan a reír, a veces nos invaden de melancolía, y a veces, cuando logramos vencer a la tiranía del tiempo, nos habilitan a pensarnos.

Quizá los 11 de septiembre sean uno de esos días en el que los maestros nos damos permiso para pensarnos, para abrir nuestras enormes mochilas y descubrir todas aquellas cosas que desparramamos generosamente por la vida, sin darnos cuenta de que vamos dejando huella de nuestro tiempo.

Y cuando la mochila se abre, aparecen los mil oficios que cada día inventamos.

Contadoras de cuentos, recitadoras de rimas; relatoras de historias dichas con tanta convicción, que hacen imaginar a los chicos que ese 25 de mayo estuvimos en la puerta del Cabildo; bailarinas sin trajes, cantantes sin micrófono deambulando con la guitarra por las aulas; magas que vamos sacando de la galera los objetos que otros desechan para que los chicos compongan obras de arte; directoras de un teatro sin tablado, que operamos el milagro de ir reemplazando a los actores en un periquete, cuando alguno de ellos falta y en la otra hora es el acto; educadas locutoras que pedimos disculpas ante el público presente porque el micrófono no funciona; costureras nocturnas de disfraces; artesanas pacientes; directores técnicos y réferis de un equipo que juega en una cancha sin césped y con pelotas que tienen la mala costumbre de ir a parar a la casa del vecino; recolectoras de palitos, tapitas, botones y todo aquello que sirva para agrupar de a diez; repartidoras de meriendas; buscadoras de caminos que lleven a todos a la maravilla del conocimiento…

Y aunque el aliento se corte al enumerar los oficios, los puntos suspensivos nos sugieren que siempre habrá uno nuevo para agregar; que cada uno de nosotros, vaya a saber por qué alquimia, es capaz de ser muchas cosas a la vez a lo largo de una carrera de años.

Los maestros siempre tenemos algo para aprender, siempre tenemos un oficio para inventar, siempre tenemos un motivo para sorprendernos, y siempre tenemos una razón válida para salir a protestar, cuando la insensibilidad de los que mandan nos obliga a salir a la calle.

En medio de aulas frías, con paredes descascaradas y vidrios rotos, somos capaces de hacer cosas que jamás haría ningún funcionario que está sentado en su cómodo sillón.

Porque a la escuela no la hacen las circulares ministeriales, ni las grandes editoriales. La hacemos los maestros, poniendo lo mejor de nosotros para hacer posible el milagro de aprender en este mundo tan injustamente desigual, en el que son pocos los que tienen mucho, y muchos los que tienen poco.

Ha de ser por eso nomás, que celebramos cosas que a estos señores de traje y señoras de tacos altos y trajecitos impecables les pasan absolutamente inadvertidas.

Los maestros celebramos cada vez que un niño “nos lee, nos escribe, nos divide, nos suma y nos resta con dificultad”. Los maestros celebramos cada vez que un papá o una mamá consigue trabajo y puede llevar el pan a la mesa. Y por sobre todas las cosas, celebramos cada vez que algún niño recoge las botellas que fuimos arrojando al mar, las abre, toma lo que le gusta y lo guarda en su memoria para transformarlo en algo nuevo.

¡Feliz día para todos!

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