jueves, 25 de noviembre de 2010



El Palacio de La Luna (fragmento del cuento de M. Martínez Vila
Una noche de largos paseos, el rey estaba especialmente melancólico. Había meditado mucho en aquella mujer amada por años y la nostalgia de aquel amor que no había podido ser lo había llenado por completo-pues quizás duele más aquello que no fue , que lo que apenas pudimos disfrutar.
La luna “sabia” lo vio llegar .Ella conocía muchas cosas .Había sido testigo del nacimiento de muchos mundos, había visto nacer a muchas estrellas y también había visto apagarse a otras para siempre. Las estrellas la querían mucho, pero no podían sujetarla, entonces le obsequiaban sus rayos de luz y ella, la luna, vagaba por el espacio vestida de nueva claridad y les contaba sus andanzas a los soles. Siglos pasaron y la sabiduría de La Luna había aprendido a leer silencios y los rostros de las personas. Y pudo oír murmurar al rey, el nombre y las últimas palabras dirigidas a su amada, teñidas de verdadera melancolía. Y fue allí que el rey la vio, dueña del cielo y comenzó a hablarle de amores y despedidas. Ella se acerco hasta casi tocar las copas de los árboles para oírlo mejor.
Hasta que el rey le dijo: “Selene, amiga mía, tú que has presidido el nacimiento y la muerte de las edades, que sabes ahora la pena que hace nido en mi, voy a construir un palacio para ti, para que reines en él como lo haces desde el cielo y para que en las noches largas de esta geografía tu hilo de plata una el cielo y la tierra. Yo he pasado la edad dorada, lo que no ha sido para mí, no lo será más, el palacio que no fue para ella, será para ti”.
Todos comenzaron a proyectar lo que sería el palacio, el suelo seria de alabastro pulido y límpido, las ventanas ojivales para que apuntaran a los cielos, para ser lo más luminoso posible. En el suelo, dentro de una esfera trazada en pórfido gris tallaron las cuatros fases de La Luna: el cuarto creciente , el menguante , la Luna Llena y la Luna Nueva, de tal modo que en cada fase, la luz que llevaba consigo La Luna iluminaria el dibujo que coincidía con su forma
El rey mando plantar dos árboles, dos araucarias, que es sabido que son amigas de los cielos, pues sus ramas se curvan hacia arriba apuntando a los astros. Todas estas tareas se hicieron con mucho secreto y cubriendo puertas y ventanas, porque el rey no quería que La Luna hasta que estuviese al fin terminado.
Después de mucho tiempo, el palacio estuvo listo una noche. La Luna esperaba impaciente la hora en que debía salir a encender los cielos. Estaba ansiosa como una dama. Llego la hora al fin, todo el pueblo se acerco al palacio al verla salir. En lo alto y bien al centro del gran rectángulo que era este palacio, había una enorme cúpula circular por donde La Luna apareció antes de bajar hacia las ventanas y su resplandor ilumino toda la cúpula que era de cristal de roca, fue pasando por cada una de las 12 ventanas iluminando todo el palacio y se maravillo por lo hecho por las manos humanas.
La noche llego a su fin y la quietud se adueño del pueblo. Todos volvieron a sus hogares a descansar. Y paso el día y llego la noche siguiente y todos salieron nuevamente a las calles, todos menos el rey.
La noticia corrió como un hilo de pólvora: el rey se había dormido para siempre.
A todos entristeció la ingrata novedad. Esa noche el cielo lloro, las estrellas no salieron y La Luna no quiso visitar el palacio porque su amigo no estaría allí para recibirla. No quiso hacerlo ni esa noche, ni las noches siguientes, sin su presencia ya no deseaba el palacio.
Como dueña de las mareas, hizo que crecieran y crecieran hasta que, después de unas pocas horas, el palacio al pie de la montaña quedó bajo las aguas para siempre.
Tan grande fue su pena, que se fue alejando , quiso y trato de desprenderse del espacio. Pero al inútil su esfuerzo, dio vuelta la cara para nunca más mirar aquel planeta.
Por eso es que cada año que pasa, La Luna se aleja un poco más de la Tierra y por eso es también, nunca podremos ver su verdadero rostro

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